Imprimir esta página

Gilmore Museum

Gilmore Museum: Una dosis de historia


Quien estas líneas escribe, al igual que en el caso de muchos de quienes las leen en este instante, debe reconocer que no recuerda haber oído hablar del lugar descrito a continuación. Lo cual no deja de ser extraño, y de cierto modo injusto en un medio donde el automóvil, entendido como fibra del tejido histórico humano, se nutre de lugares, hechos y máquinas que considera cruciales.

Textos e Imágenes: Camilo Ernesto Hernández Rincón

Especial desde EEUU para www.carrosyclasicos.com

 

A unos veinte minutos al nororiente de Kalamazoo, Michigan, se encuentra uno de los cinco mejores museos automotores de los Estados Unidos, y cuna de la Asociación Americana de Automóviles Clásicos de dicho país. En medio de un paisaje campestre digno de postal, una serie de graneros rojos, como los de cualquier finca estadounidense, albergan lo que externamente nadie esperaría encontrar en espacios como estos: en lugar de trigo para el invierno, automóviles. Algunas de las piezas más significativas del Coloso del Norte y de la historia automotriz en general, catalogadas con muy buen juicio, reciben a todo el mundo para contar el pasado y parte del presente en todas sus ópticas: Clásicos imponentes, pioneros de los primeros tiempos, éxitos rotundos y hasta fracasos penosos, corredores de carreras y mucho más, esperan al visitante en el Museo Gilmore.

Fundado por Donald Gilmore en 1963, el mismo de los laboratorios farmacéuticos Upjohn (ShampooRegaine y remedios que alguna vez probamos en la vida), más que un simple lugar para mostrar carros viejos, es una de esas manifestaciones de altruismo de arroja mucho por agradecer. Aficionado a los antiguos y clásicos, dejó un legado que además de ser refugio de clubes y eventos, facilita labores de voluntariado entre quienes gustan del hobby si quieren ser obreros, investigadores, guías o cualquier otra labor logística en la que se pueda ser útil, además de educar nuevas generaciones o capacitar en conocimientos ya superados de mecánica a quienes hurgan en motores y chasises.

Aunque las fotos que acompañan el presente artículo hablan por sí solas, es inevitable explicar las dinámicas bajo las que se desenvuelve este museo tan especial. Hay áreas y galpones especializados por épocas o por temas, desde luego. Pero tratándose de un refugio natural para clubes monomarca y concentraciones particulares, existen algunos pabellones dedicados a marcas y clubes específicos, como es el caso de Cadillac donde cerca de una docena de carros están bajo un mismo techo, o como los de una marca desaparecida y desconocida para Colombia pero de la cual hay testimonios: Franklin. Refrigerados por aire hacia 1919, con capós iguales a los de Renault en esos tiempos, y referenciados publicitariamente por Cromos bajo importación de Camacho Roldán. El más sorprendente de todos es el dedicado al Pierce Arrow: aquellos lujosos carros de farolas en los guardabarros, y de los cuales hubo una joya de 1917 en Colombia que dejamos ir infaustamente. Además de opulentos carros y un camión, objetos afines a la Marca identificada con un arquero y la flecha en el radiador, una moto de hace cien años, y hasta una bicicleta de la misma marca. Cabe destacar, entre otros, el único sobreviviente conocido de dieciséis carros construidos en aluminio a nivel experimental, en conjunto con Alcoa. En este momento se encuentra en construcción la zona para Lincoln, y próximamente el montaje completo de un concesionario Ford con modelos A, porque además hay dos reconstrucciones históricas sorprendentes: Una estación de servicio Shell de los años treinta, y una legítima cafetería de los cuarenta, trasladada de las calles al museo y con el menú y los objetos de cocina del momento.

Como de la historia no se reniega, y si en Colombia queremos volver a tener iniciativas serias en torno a museos automotores, hay en medio de los carros de los años veinte, un diorama a escala real con fotos y testimonios de una etapa triste: la Gran Depresión. Un par de Fords, el T y el A, desvencijados por el trajín, sobre un suelo de polvo y acarreando los corotos gastados de campesinos desplazados por la pobreza, muestran una realidad que de nuevo toma vigencia en el mundo. Para eso están hechos los museos. Al igual que otras desilusiones, se encuentran aparatos que estuvieron de malas cuando nuevos. Un Edsel Pacer sedán 1958 en una pintura tan negra como la suerte de semejante nombre. Dos Chrysler que no caminaron: El Airflow de 1934 sin restaurar, y uno de los únicos Turbine de 1966 que quedaron luego del famoso experimento comercial entre clientes seleccionados, junto con su respectivo motor. Hablando de fiascos históricos, da alegría encontrar, no a uno, si no a dos Tucker Torpedo Sedán 1948. Uno de ellos es una réplica en fibra de vidrio que se puede tocar y que sirvió para la recordada película con Jeff Bridges. El otro es tan real como el escándalo fiscal que ocasionó. Para complementar la galería del infortunio, en el mismo galpón, el Scarrab de los años treinta que se anticipó a las minivanes.

Pero como no todo es para achantarse, y en cambio se es feliz en semejante sitio, el visitante es recibido con un abrebocas de reyes: RollsRoyce, Cadillac, Packard, Lincoln y un Pierce Arrow en suntuosas carrocerías de Dietrich, Murphy o Vanden-Plas, son la obertura absoluta. El olor a cuero de los interiores se puede respirar, y sin necesidad de cuerdas separadoras, se puede uno acercar a los carros, con la obvia precaución de no tocar, lo cual afortunadamente es raro en medio de personas que son conscientes del debido respeto por las cosas. Hay muchos más clásicos en adelante; pero al traspasar el vestíbulo, es donde la historia comienza en orden cronológico con la flexibilidad de seleccionar en un mismo edificio la era por la que se quiera comenzar.

Antes de arrancar, el primer encuentro es con el refugio final del último de losCheckerMarathon. Fabricado en 1982, en verde y crema, junto con el taxi pionero de 1923, y otro de 1936. El Museo Gilmore los alberga definitivamente. Precisamente en ese sitio, junto a aparatos pioneros como Dort, Michigan o Roamer, se habla de la que hubiera podido ser la otra gran ciudad automotriz: Kalamazoo. A mano derecha se recorren las primeras tres décadas del siglo XX, donde, como no, hay Ford T Touring, junto a Chevrolet, Dodge Brothes, un camión GMC  de 1924, y hasta un Stanley propulsado a vapor. Es ahí donde se traspone el diorama de la Gran Depresión para entrar en el galpón de la era del bronce: ElDuryea 1893 que fundó la industria automotriz de los Estados Unidos, el OldsmobileCurvedDash, uno de los primeros modelos T en color rojo junto a otro Ford pero de 1906, un Cadillac 1903 (posiblemente igual al de la famosa foto del primer carro en Bogotá), y otros aparatos oriundos de Brush, Holsman o Waltman, son la gran referencia en torno a la era de los carruajes sin caballos. A la salida, hay un viejo bus londinense de dos pisos, al cual el visitante se puede acceder.

La opción es salir hacia los demás galpones, o retroceder para dar la vuelta en la esquina y disfrutar de una de aquellas exhibiciones ensoñadoras, y no tanto, de modelos de los años cincuenta y sesenta. Además del Ford Skyliner 1954 con ventana transparente en el capó para ver el motor, destaca la colección Corvette, que incluye el último de los diseños conceptuales hechos por Bill Mitchell: Sus farolas cuadradas dobles y el spoiler trasero lo hacen ver más cerca de Trans Am que del criterio Corvette, más la moto Honda compañera del concepto. Al frente, la colección de Ford Mustang con todo y un GT40 de los recientes, un AC Cobra genuino, con el cual el Museo Gilmore enfatiza con orgullo que no es una réplica, y toda la historia de la Fórmula NASCAR resumida en carros pasados y recientes.

Todo un pabellón para niños grandes y chicos, lo constituye la colección de carros de pedal emprendida por el coleccionista y restaurador John L. Stegeman. Muchos de estos juguetes fueron recuperados del abandono para fortuna de todos, junto a colecciones dispersas de camiones Tonka y otras miniaturas para jugar. En ese mismo galpón es posible ver un Rolls-RoycePhamtomSedanca De-Ville de 1930. De por si el carro ya es interesante con sólo nombrarlo; pero tiene un bello valor agregado: Donald Gilmore fue amigo personal de Walt Disney, quien meses antes de morir en 1967, filmó la película, TheGnome-Mobile (cuyo título en países hispanoparlantes esEl abuelo está loco”), de la cual esta lujosa limusina fue protagonista. El carro permanece con la puerta trasera izquierda abierta, pues ésta sirve para hacer la comparación con una maqueta del interior del carro, aumentada varias veces a escala perfecta y con todos sus detalles funcionales. Este interior gigantesco ha sido la única pieza de utilería que ha salido de los estudios Disney y sirvió para poner ahí mismo a los actores que representaban a gnomos, y que se debían ver  diminutos en dicha escenografía.

El gran bocado final es la exhibición de los Grandes Clásicos. Dos pisos de algunos de los más exclusivos y finos automóviles que se hayan podido ver en un mismo espacio. Las imágenes aquí exhibidas hablan por sí mismas; pero entre los citables ilustres, figuran el Mercedes Benz 540K Sport Tourer de 1938 con carroceríaSindelfingenque permaneció enterrado durante la Segunda Guerra Mundial y más allá, para ser rescatado y mostrado con toda la clase que se merece.

El museo Gilmore, ubicado discretamente entre los valles rurales del medio oeste estadounidense, y al que se llega con facilidad por la agradable carretera de HickoryCorners, es mucho más que una colección de carros antiguos. Para los apasionados en el tema, es de por si una obligación el estar en este santuario que combina la clase con la reflexión, la historia con la naturaleza y especialmente, la contemplación de aparatos que gozan de la legitimidad del paso del tiempo. Para quienes no lo son tanto, no deja de ser un plan rodeado de paz y tranquilidad, que de todos modos ejerce uno de esos masajes profundos al espíritu. www.carrosyclasicos.comtuvo la oportunidad de comprobarlo, y de traer en exclusiva para Todos, el legado en fotos de aquel farmaceuta que nos preparó la receta perfecta para estimular el corazón de quienes amamos al automóvil… y en dosis generosas.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Visto 22523 veces