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El Patrimonio Sobre Ruedas de Cuba

Cuba es el mayor reservorio de autos antiguos en el mundo, aseguran muchos en la Isla. ¿Verdad? ¿Exageración? Realmente no hay estadísticas comparativas pero algo sí es cierto: en la perla caribeña los viejos coches norteamericanos no están en museos ni selectas colecciones, andan por las calles, muchos injertados con piezas del campo socialista pero, también, no pocos que son mostrados con orgullo por sus dueños: "mira, como mismo salió de la fábrica".

Por: Deny Extremera
La Habana Cuba
Especial para www.carrosyclasicos.com

La primera pregunta que se hacen casi todos al ver el notabilísimo contingente rodando por las calles es “¿Cómo logran mantenerlos?”. Y el asombro no es para menos: abundan y son parte de la vida cotidiana de la gente, que los ve como una alternativa –curiosa, anacrónica pero muy práctica- a sus necesidades de transporte.

En 1901 el automóvil comenzaba a ser un próspero negocio en el mundo, con unas 600 fábricas más bien pequeñas en catorce países. En La Habana señoreaban los coches de caballos y sólo once autos escandalizaban a los transeúntes a su paso por los adoquines o las vías sin asfalto.

El primero había llegado en 1898 –aquel año de la guerra hispano-cubano-americana en que el bloqueo de la flota americana hizo escasear tantas cosas en La Habana-, procedente de Francia y de una marca hoy desconocida: La Parisienne.

 

 

Da gusto imaginar el cuadro: la rara máquina que temblaba, crujía, explotaba y echaba humo negro con su tufo de bencina, apareciendo de pronto entre coches de esbeltos caballos que llevaban a perfumadas damas y elegantes caballeros, acostumbrados a otros olores no menos desagradables pero diferentes, y a los ruidos, por supuesto, pero de los pregoneros, el aguador, el lechero que recorría los barrios llevando sus vacas; el resonar de los cascos de los corceles, los látigos de los cocheros, algún que otro piano...

Con el inicio del Siglo llegaban también el cine y la aviación, el tranvía eléctrico y el teléfono automático. Todo cambió de la noche a la mañana: del dominio español Cuba pasó a la cercanía poderosa de Estados Unidos. De la era de la tracción animal a la era de la combustión interna. De expresiones como “enganchar la pareja” a “sacar”, como narra en sus memorias Renée Méndez Capote. De las riendas al freno de palancas o pedales y el timón.

 

 

El vapuleado país fue pronto un paraíso para la industria norteamericana de las cuatro ruedas. En 1919 era el primer importador en América Latina y uno de los primeros del mundo en la relación vehículos-habitantes. Ford, con su legendario Modelo T, fue muy bien recibido en Cuba. El cubaneo convirtió a aquellos Ford en “fotingos”, y hoy se le llama así en la Isla a cualquier auto de los primeros años, aunque no haya venido de las plantas de Detroit.

En décadas posteriores, a Cuba llegaban mayormente modelos estadounidenses. En 1956 circulaban unos 143 mil automóviles, casi 95 mil sólo en la capital, y la relación vehículos-habitantes era de 32 por mil. En 1951 la Revista Bohemia anunciaba: En La Habana segundo automóvil del mundo equipado con TV.

En el Malecón habanero se realizaban carreras internacionales –la primera se había realizado en 1903- que cobraron notoriedad en 1958 cuando un comando del movimiento revolucionario 26 de Julio secuestró al as Juan Manuel Fangio para llamar la atención sobre la situación política del país, bajo la dictadura de Fulgencio Batista.

 

 

Miles de policías los buscaron, sin resultado, por veintisiete horas. Todo un escándalo. Luego de la carrera, categoría Fórmula I, cancelada antes de concluir por un fatal accidente que costó la vida a varios espectadores, Fangio fue liberado. Con su habitual flema, el campeón dijo a la prensa: “Me han tratado de modo excelente... Tuve las mismas comodidades que si hubiera estado entre amigos. Si lo hecho por los rebeldes fue por una buena causa, entonces, como argentino, yo lo acepto como tal”. Lo más curioso es que surgió una amistad y “El chueco” tuvo varios encuentros posteriores con sus captores.

Otra historia quedó en el libro mítico de La Habana: La Macorina, la prostituta más famosa y cotizada de la ciudad en su época, primera mujer que manejó un auto en Cuba. De grandes ojos negros, pelo corto y hermoso rostro, llevaba su brillante auto rojo por las calles escandalizando a las damas y centrando las miradas furtivas de sus acompañantes masculinos. El primero lo tuvo cuando un acaudalado empresario la atropelló – le dejó una leve cojera de por vida- y para resarcirla le regaló un auto, pero La Macorina llegó a poseer nueve costosos carros regalados por sus ricos amantes, entre ellos comerciantes, propietarios, políticos y hasta un presidente. Inspiró una picaresca canción que aún hoy es popular: “Ponme la mano aquí, Macorina...”

 

 

 

Tiempos difíciles

El triunfo de la Revolución, en 1959, los tomó desprevenidos. Todo cambió nuevamente de la noche a la mañana. Los más lujosos no pudieron cruzar el Estrecho de la Florida junto a sus dueños, pero encontraron nuevos propietarios y usos y se adaptaron a la nueva época. Se adaptaron, como todo el país, a la caída de la aristocracia, a la popularización de los servicios, a los frescos aires de igualdad y al bloqueo de Estados Unidos.

Las fábricas matrices los condenaron al desgaste paulatino y la invalidez. Sufrieron el trauma del corte de los envíos de repuestos y accesorios: no llegaba ni una bujía del mercado norteamericano.

 

 

 

La persistencia

Museos sobre ruedas. Así pudiera llamárseles. Museos de durabilidad y Museos de la ecléctica mecánica cubana, heredados de generación en generación, ejemplo vivo de la transmutación de la necesidad en folclore, lujo y negocio de alquileres. La mayoría tuvo que hacer magia para salvarlos de la invalidez con piezas del campo socialista, que fueron a parar a los viejos y potentes motores norteamericanos. Otros, sin embargo, son verdaderas reliquias, envidia de coleccionistas.

Junto a los “almendrones” -los de transporte más popular-, están los de lujo. Se mantienen casi intactos, frecuentemente con el motor, la tapicería y hasta los colores originales. Sus dueños pertenecen a clubes y se reúnen periódicamente para exponerlos y contar experiencias. Ahí se puede ver desde un Ford 1930, Ford Crown Victoria 1955 o Ford Thunderbird 1957, hasta luminosos Porsche, Cadillacs El Dorado con sus aletas pronunciadas, Mercury Monterrey, Lincoln Continental, Plymouth Fury; Chevrolets Impala o Corvette y el singular Messerschmitt de origen alemán.

 

 

También hay una compañía que ofrece paseos en estos clásicos (Gran Car) y museos como el Depósito del Automóvil, en La Habana, o el del Parque Baconao, en Santiago de Cuba. En el primero, muchos ejemplares históricos, entre ellos un Cadillac 1905 (el auto más antiguo de la Isla) y un Chevrolet de 1960 perteneciente al Che Guevara. En el segundo, una enorme colección con más de mil 500 miniaturas que imitan marcas y modelos desde el siglo XIX y decenas de muestras reales: un Ford T 1912, un Austin Seven 1937 –primer minicoche producido en el mundo- o un Buick Skylark del 54.

 

Provocando el asombro

Hoy, las calles de la Isla, pero principalmente las de La Habana, son una feria viviente de la historia criolla del automóvil. Rápidos por las avenidas, aparcados o expectantes ante los semáforos, se mezclan los veteranos importados cuando Cuba era casi un estado norteamericano, los llegados desde el ex Campo Socialista y los de los últimos años: Hyundai, Daewoo, Suzuki, Mitsubishi, Mercedes Benz, BMW, Volkswagen, Peugeot, Fiat, Volvo, Audi... Sin embargo, son muy raros, casi inexistentes, los producidos actualmente en Estados Unidos.

 

 

Pasa el tiempo e irremediablemente cada vez quedan menos miembros de aquella multitud de clásicos que antes del ´59 provocaba embotellamientos en las avenidas de La Habana. Pero aún son suficientes para provocar otra cosa: el asombro. Vistosos o renqueantes, tenidos algunas veces como lujo y casi siempre por necesidad, los viejos autos son una de las tantas caras insólitas de esta ciudad barroca, impredecible, que se hace moderna a pasos de gigante pero se niega a dejar atrás la memoria.

 

Agradecimientos especiales para Rafael López Viera Revista SENDAS Cuba.

 

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