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Historia de las placas colombianas

Son rectangulares, casi del tamaño de una hoja oficio y están hechas en material metálico. Sus esquinas son redondeadas y tienen unas ranuras alargadas a los extremos para ser fijadas con tornillos en puntos específicos de los automóviles; y como vienen de a pares, una se instala en medio del búmper delantero y la otra en la pared del baúl o en la compuerta trasera según el caso. Tienen un marco interno y un texto repujado en alto relieve con letras mayúsculas, números y un lugar de procedencia. Son las placas de matrícula automotrices, y ellas manifiestan públicamente la legalidad, propiedad y origen del vehículo que las porta.

Texto: Camilo Ernesto Hernández Rincón

Fotografías: Camilo Ernesto Hernández Rincón y Roberto Nigrinis

Ilustraciones: Camilo Ernesto Hernández Rincón y Diego Téllez

Especial para www.carrosyclasicos.com

 

 

Se emiten por lo general al momento de compra del carro nuevo, se registran en la tarjeta de propiedad del dueño, y, como antes se dijo, son el documento de identidad de los automóviles, que les permite rodar durante su vida útil y ser reseñados para todos los efectos legales según la reglamentación del sitio de expedición. Son únicas e intransferibles como la cédula de ciudadanía, el pase de conducción o el pasaporte, y su alteración o falsificación, claro está, son penadas por la ley. Son válidas dentro del país en donde el vehículo ha sido matriculado; pero igual sirven de identificación y ayuda legal cuando éste sale temporalmente de sus fronteras.

 

En el caso colombiano las reconocemos actualmente por ser amarillas para los vehículos particulares. Si son de servicio público, deben ser blancas. Sin son oficiales llevan como primera letra la O, y las que portan los carros antiguos son azules con una banda blanca vertical. Aunque hay excepciones a esta regla, todas son de texto en negro con tres letras a la izquierda y un número de tres cifras a la derecha, más el municipio donde se expidieron en medio de la parte inferior. Este formato de placa nacional lleva entre nosotros cerca de dos décadas, y es un claro indicativo del paisaje automotor actual en nuestras calles y carreteras, porque aunque sólo sean un requisito legal tienen connotaciones adicionales a su función original. Identifican al país tanto como una moneda nacional, un símbolo patrio, un pasaporte, y hasta las estampillas de correo, y no sólo en cuanto a la certeza de estar dentro de unas fronteras nacionales, sino también en cuanto a la época en que fueron expedidas. Este último factor es la razón de ser del presente artículo, muy poco explorado; pero para muchos aficionados y estudiosos es importante en cuanto al desarrollo y ubicación de la historia automotriz colombiana.

 

Las placas nacionales también son producto de una evolución en el tiempo y el distinguirlas en fotos antiguas, por poner solo un ejemplo, o tratar de adivinar modelos de carros por la numeración de las mismas, va más allá de ser un simple juego de gomosos. Los últimos años en Colombia han sido testigos de la popularización del auto antiguo y clásico, y eso nos ha hecho volver en el tiempo para recuperar carros de todo tipo hasta en sus mínimos detalles cuando nuevos. Elementos como emblemas, accesorios, y hasta facturas de compra son celebrados en encuentros y mercados de pulgas. Con las viejas placas no ha habido igual suerte, y la gran mayoría hace rato desaparecieron en las siderúrgicas por la acción de las autoridades de tránsito. Se han salvado algunas en manos de coleccionistas y ello hace posible reconstruir parcialmente la historia, mientras que otras sólo son un recuento en fotos, películas, o recuerdos de la gente. Son tan indicativas de las épocas en que se expidieron, que ya resultan necesarias, por ejemplo, como elementos de utilería para producciones en cine y TV de corte histórico, y muchas veces interpretadas a la ligera por quienes están a cargo de dichos programas. El presente artículo no pretende ser un tratado final, sino más bien una aproximación lo más fiel posible al tema, no exenta de limitaciones e imprecisiones inmediatas. Para su realización se recurre a las pocas placas caducas existentes, fotografías antiguas (muchas veces limitadas por ser en blanco y negro), extractos de películas y TV de época filmadas en Colombia, ilustraciones aproximadas, testimonios, recuerdos, y especialmente, información incompleta con curiosidades peculiares. Del mismo modo, una exposición sobre las actuales matrículas amarillas, y una apuesta al futuro de las aparentemente triviales pero necesarias, placas colombianas.

 

 

 

Desde principios del Siglo XX hasta mediados de los años 50

Obviamente, el De Dion-Bouton 1898, el Orient 1901 o el Cadillac 1903, primeros carros llegados a nuestro país no las necesitaban. Eran objetos lúdicos de alto costo para los pudientes de la época, además de ejemplares únicos en las ciudades que los veían llegar. En los albores de la Primera Guerra Mundial, la importación de automóviles, camiones y máquinas autopropulsadas ya era una actividad más constante, y por esos tiempos, su presencia en las calles ya era objeto de cuestionamiento y de regularización legal. Las placas aparecían simultáneamente en diferentes lugares del mundo, especialmente en los Estados Unidos de donde se tomó el modelo en cuanto a dimensiones y lugar de expedición, hasta ahora. Hay registros fotográficos anteriores a 1920 que demuestran, al menos en el caso bogotano, la aparición de plaquetas con números de tres cifras, apenas más grandes que un volante media carta, instaladas en defensas o radiadores.

 

 

Aunque este lapso de medio siglo puede considerarse demasiado extenso, tiene generalidades constantes. La más reconocible de todas, es la de su emisión a cargo de las nacientes autoridades municipales y departamentales de tránsito, es decir, las placas que llevaron el nombre de la ciudad o el departamento, (a veces ambos) junto con el año de expedición de las mismas. Esto fue muy útil en cuanto a la identificación del modelo del vehículo, y aun lo sigue siendo para efectos de seguimiento histórico. Es claro en estos primeros tiempos que la posibilidad de comunicarse entre diferentes lugares de Colombia aún era primaria, al apenas concebirse la red vial nacional, y los autos quedaban restringidos a los cascos urbanos, y llegados por tren en cajas de madera a las ciudades. Ante esta falta de carreteras, y la dependencia del ferrocarril o de la navegación fluvial, era imposible que la responsabilidad del manejo automotor estuviera a cargo de un ente nacional viable, y por ello eran los municipios y las gobernaciones las encargadas de las placas, así como del manejo de la naciente realidad automotriz en las calles. Tal como se dijo antes, el hecho de que en 1919 ya existiesen placas de tres cifran indica a las claras el volumen de importaciones a Colombia, y para la década siguiente ya aparecen las numeraciones de cuatro dígitos que allanaban el camino a importaciones por millares, tal como lo demuestran las fotos y la publicidad de la época.

 

 

Cada ciudad o departamento, según su tamaño o sus condiciones particulares tenía su respectivo formato de placas, así como sus colores específicos, diagramaciones o distinciones según el tipo de servicio que debían prestar los automóviles. Con el paso de las décadas, éstas iban evolucionando o modificando formas, colores, tipos de letra y haciendo crecer cifras conforme había más autos rodando. Con la aparición de carreteras aún muy rudimentarias surgió la posibilidad del transporte por tierra de pasajeros y carga, y desde luego, de carros particulares que podían cruzar departamentos y pasar de un pueblo a otro, por lo cual, no fue problema identificar el lugar de origen de carros y ocupantes (existen al menos dos casos aislados de placa para Cundinamarca en 1936 y de Boyacá en 1937, que involucraban el nombre del país). Surgían también las placas para motos y bicicletas (propuesta que en la Bogotá de los años cincuenta no tuvo éxito), además de las oficiales o las diplomáticas. Todo esto se dio a bordo de vehículos oriundos en su mayoría de los Estados Unidos, entre los años finales de la Hegemonía Conservadora y los posteriores al "Bogotazo". Este punto de la historia se alimenta de muchas referencias visuales acumuladas en viejas fotos sepias, testimonios aislados, y las pocas placas sobrevivientes en manos de coleccionistas nacionales y extranjeros.

 

Pese a este panorama tan diverso visualmente, no dejaba de haber confusión. Las autoridades fijaban a su antojo los formatos o los colores, por lo cual no hay lógicas coherentes en las placas nacionales. De hecho, es duro identificar una evolución o una comparación sin riesgo a caer en el error. Existen matrículas de un mismo lugar y año que tienen colores diferentes, o que les sobre o falte un número determinado, lo cual hace Igualmente difícil determinar cambios precisos, incluso en los tamaños. Con tal que se pudieran instalar en los portaplacas o en las defensas de los carros, lo demás era irrelevante. Una curiosidad aparte lo constituyen las pequeñas placas de 1955 para Bogotá y Antioquia de fondos oscuros y forma alargada. Eran especiales en cuanto al parecido con las plaquetas de direcciones de las casas, surgiendo el aluminio como material de fabricación, o la posibilidad de desmontar los números como piezas independientes de la placa, lo cual se prestó, como no, para descaradas adulteraciones.

 

 

A mediados del siglo pasado, es posible registrar una tendencia de carácter legal: La aparición de los números de matrícula pintados en las puertas de los taxis, y en general en los costados laterales de los vehículos de servicio público. Esta situación que permanece vigente se debe a la posibilidad de identificarlos por completo, en especial camiones y buses, cuyos tamaños siempre hacen más difícil ubicarlas exactamente en los mismos. Incluso era posible que debido a la nula identificación de servicios específicos, ciertos vehículos llevaran sobre la placa, un letrero que rezaba “PARTICULAR”, a fin de evitar malentendidos. En otros lugares, había diferenciación en cuanto al servicio público o particular dentro de la misma placa. El confuso sistema de matrículas a nivel regional que se vivió entre los años veinte y la primera mitad de los cincuenta, con el advenimiento de los Jeeps y del retorno de los carros europeos a Colombia, llegaba a su fin hacia 1955.

 

Mediados de los años cincuenta,primeras placas nacionales

Salvo las excepciones cundiboyacenses antes citadas, quizás el mayor avance en años enteros de existencia automotriz en Colombia fue la aparición de la placa vigente a nivel nacional con nombre del país en lugar del departamental o municipal. Evidentemente tuvo que ver con los cambios que el régimen del Gral. Rojas Pinilla quiso impulsar. Fueron igualmente las primeras placas que portaron una letra antepuesta al número que abarcaba esta vez cinco dígitos y carentes de año de expedición. Una curiosidad que las convierten en antecedente de nuestro actual formato reflectivo, es que la pintura contenía polvo de vidrio, lo cual la hacía parcialmente visible en la oscuridad de la noche. Con unas medidas de 34 cm de base por 15 cm de altura y letras de 8 cm de alto, (unos 307 puntos tipográficos), determinaban de una vez por todas que el automóvil era omnipresente y abundante en todo el país. Su llegada coincidió con la adversa suspensión de importaciones automotrices de 1957, y cubrió igualmente el retorno de los carros nuevos en 1961, que básicamente fueron taxis, importaciones gremiales, y el nacimiento del ensamblaje colombiano. Según fotos y películas en colores existentes, como el documental “Rapsodia en Bogotá” de 1963, y testimonios de conocedores fiables, las placas azules eran para particulares, y las rojas de tono marrón para vehículos de servicio público como taxis, camiones, buses, y los nacientes colectivos, todas con textos en blanco. Por esos tiempos también se emitían, junto con las placas, las calcomanías respectivas para los parabrisas que aún subsisten en algunos modelos de esos tiempos, y que se reemplazaban anualmente. En este sentido es claro también que aparecen los famosos “revisados” autoadhesivos a cargo de las autoridades locales, al igual que el marcado de la placa en los vidrios de los carros para prevenir robos, lo cual ya se presentaba en Colombia desde hacía décadas. Pese a esta constante en cuanto a colores, existen evidencias de este mismo formato en colores de fondo y de texto diferentes, lo cual hace suponer que había variables según servicios o lugares de expedición.

 

Existen igualmente evidencias de placas para servicios diplomáticos o representaciones oficiales, de un tamaño menor al estándar mencionado, y en color negro. Llevaban en la parte superior dichos textos y sus numeraciones eran iguales a las de los demás. Identificaron durante toda la década del sesenta a estos carros de representación, siendo antecedentes a las placas azules que años después identificarían a los servicios diplomáticos.

 

Placas departamentales (1961-1963 aproximadamente)

 Una excepción curiosa al formato nacional antes citado, lo constituye la placa departamental de 1961. Como si fuese un caso no muy claro para el resto del país fuera de su capital, este tipo de matrícula con nombres como Antioquia, Valle, Chocó, Atlántico, entre otros, se instaló en defensas de vehículos por media Colombia. Este retroceso indicaba también el retorno del año de expedición en sus cifras finales (61 o 63, por ejemplo). Portaban, eso sí, una letra a la izquierda, y dos pares de números de dos cifras separados entre sí por guiones. En la parte inferior estaba el departamento con el año de expedición (por ejemplo, “ANTIOQUIA-61”, “BOLÍVAR-63”, etcétera). Casi siempre, para particulares, eran en fondo verde menta con textos en rojo oscuro. Hacia 1963, eran de fondo blanco con textos en naranja. Existen excepciones a estas reglas, como por ejemplo las placas de departamentos del Caribe colombiano que venían en amarillos premonitorios, hasta con dos letras a la izquierda, y años de expedición y vencimiento que rodeaban el nombre del departamento (por ejemplo,” 61-ATLÁNTICO-63”).

 

Placas Nacionales rojas (1964-1967)

Este caos regional y legal parece tener fin al retornar un formato único de placa nacional en 1964, a mediados del gobierno de Guillermo León Valencia. Las placas de ese año, identificables por el color rojo de fondo con textos en blanco, tenían al igual que en versiones anteriores, una letra y dos números de dos cifras separados entre sí por guiones. En la parte inferior, claramente decía “COLOMBIA”. Estas placas son de las menos conocidas en nuestro país, por su corto tiempo de duración, y especialmente por la inconstante matriculación de carros nuevos en esos años; los mismos de la evolución lenta del ensamble nacional y del arribo de vehículos de servicio público canjeados por café a los países socialistas europeos.

 

Placas Nacionales amarillas (1967 – 1972)

Debido a lo reciente de su aparición,  a su relativa abundancia, y muy especialmente a su amplia documentación fotográfica, aún está clara en el recuerdo de muchos colombianos de mediana edad, la placa de fondo amarillo con textos verdes. Con una medida de 30 por 14.5 cm, se considera una evolución de formatos anteriores en varios sentidos, al abarcar una letra, si era expedida en capital departamental, o dos letras si era oriunda de un municipio con secretaría de tránsito. Conservaban el doble número de dos cifras separado por guiones; pero volvían a la fórmula de emitir años de expedición y vencimiento entre el rótulo del país, (el omnipresente “67-COLOMBIA-69”), presupuestada para ser cambiada cada dos años. Sin embargo, es evidente que la experiencia fue un fiasco, pues en 1970 no sólo no se reemplazaron sino que seguirían saliendo con esta combinación de años hasta 1972. Estas placas amarillas estaban claramente destinadas a los carros particulares, mientras que para los públicos eran de fondo blanco o azul celeste con textos en azul oscuro. Para los carros oficiales de las nacientes instituciones descentralizadas como Idema, Incora, Adpostal, o alcaldías y gobernaciones, el fondo era negro con texto amarillo, mientras que los aparatos de misión diplomática o consular iban en fondo verde con texto amarillo. Estas placas no sólo identificaron la multiplicidad internacional de las importaciones a Colombia, sino también a los taxis grises canjeados por café, y extrañamente, bautizaron a los R4, Simca Mil o Zastava que nacían en suelo colombiano, corrientemente ligados a la siguiente generación de placas nacionales.

 

Placas Nacionales negras (1972 – 1988)

Estas placas son las antecesoras inmediatas de nuestras actuales matrículas amarillas, y están presentes en la memoria de los colombianos mayores de veinticinco años, pues identificaron el parque automotor colombiano de los años setenta y ochenta. Normalmente vienen relacionadas con el advenimiento de la edad de oro del ensamblaje nacional en el marco de las ciudades urbanizadas, entre el fin del Frente Nacional, la fugaz apertura de Turbay, y el proteccionismo industrial de la era Betancur Cuartas. Están tan claras en el recuerdo, que la imagen del Renault, Dodge, Simca o Fiat nuevo en el garaje de la casa, involucra la matrícula negra y texto en blanco con dos letras (una sobre la otra, a la izquierda), el número de cuatro dígitos arriba, y el nombre de “COLOMBIA” en la parte inferior. Finalmente desaparecían los años de expedición o caducidad, y ello las hizo vitalicias durante los dieciséis años de vigencia que tuvieron. Medían 31 cm. de base por 17 cm. de altura. Las alturas de sus caracteres eran diferentes, según si eran letras (6 cm o 268 puntos)  o números  (7 cm o 270 puntos), contra 2 y medio centímetros de alto para los caracteres de la palabra “COLOMBIA” (95 puntos). Inolvidables igualmente, las placas para servicio público de fondo vinotinto instaladas en los característicos taxis negros de esos años y en el naciente servicio de busetas, las placas para carros oficiales que heredaron los textos en amarillo sobre fondo negro, con la letra O de “Oficial” como prefijo, y las placas azules con texto blanco para los diplomáticos, casi siempre con las letras YT o CD. Mención aparte merece el surgimiento a comienzos de los años ochenta de la placa verde para remolques, que aún tiene validez. Esta placa que se instala justamente sobre los remolques intercambiables de los tracto camiones, (que en esos años finalmente se hicieron omnipresentes, desplazado al ferrocarril), tiene la letra R como prefijo, un número de cinco cifras y la denominación nacional, todo en texto blanco. Estas placas también se han visto en remolques de motos o de vehículos livianos. Precisamente en el caso de los camiones de alto tonelaje, algunos transportadores decidieron a mediados de los años ochenta, recubrir el texto con películas cromadas, lo cual no era legal; pero si una medida efectiva para la identificación de las mismas en la oscuridad, y un antecedente de las actuales reflectivas.

 

Estas placas, aunque desaparecidas actualmente, fijaron la identificación vigente de las letras como indicativo de la ciudad de origen, en muchos carros de esos tiempos que aun ruedan, (AA para Bogotá, KA para Medellín, la H para ciudades del viejo Caldas, así como las letras iniciales para servicio público, que comenzaron desde la S en adelante para Bogotá, la T para Antioquia, la V para el Valle del Cauca, la W para el Viejo Caldas, o la X para Santander). Por razones prácticas en la mayoría de los casos, la letra W era la misma M; pero invertida, debido a que ambos caracteres son los más anchos de cualquier alfabeto, lo cual en tipografía es una norma; pero igualmente un inconveniente en la producción seriada de placas. Debido a la diferencia de alturas antes mencionadas, la letra O y el número cero no compartían moldes comunes pero si la misma forma.

 

Estas placas negras siguen siendo alabadas en cuanto a la sobria elegancia del negro; pero también tenían defectos. Su lectura es difícil en cuanto a la trayectoria visual que deben hacer los ojos para identificar las dos letras descendentes, y luego subir abruptamente al número. Este factor aparentemente trivial fue clave para su reemplazo posterior. La calidad de los primeros materiales, incluyendo la pintura, dejaba mucho que desear, y en cuestión de pocos años era corriente ver la placa casi por completo en blanco. A finales de los setenta se cambiaron los proveedores, y el repujado y la pintura negra con una baja textura mate las hicieron más durables y confiables, pues no contaban con mayores elementos de seguridad, salvo unos minúsculos logos del INTRA en bajo relieve, y eran muy susceptibles a la adulteración. Por otro lado, su expedición era menos eficiente que ahora, y era común ver por varios meses el vehículo nuevo sin placas; pero con un papel pegado en el parabrisas bajo el rótulo evidente de “TRÁNSITO LIBRE”. Esta hoja tamaño carta en papel Bond de 75 gramos y adherido al vidrio con cuatro retazos de cinta adhesiva, llevaba en muchos casos una diagonal roja impresa o trazada con marcador grueso, que certificaba que dicho carro recién salido de concesionario podía circular libremente mientras esperaba sus verdaderas placas. Esta matrícula provisional de papel a veces era motivo de discutible orgullo entre quienes estrenaban carro en la calle; pero también un arma de doble filo, pues es sabido que la delincuencia los usaba para cometer ilícitos, obviamente amparados en la nula identificación de estos autos en lista de espera. A finales de los años ochenta, la firma Identicar y las aseguradoras lanzaron el marcado del número de matrícula en vidrios, luces, y lugares claves de los automóviles, para prevenir la instalación de partes desmanteladas provenientes de carros robados. Si el auto no aparecía en quince días, la empresa entregaba uno nuevo a la víctima.

 

Placas amarillas nacionales-municipales (Vigentes desde 1988 hasta la actualidad)

La actual generación de placas de color amarillo para carros particulares aparece hacia noviembre de 1988; pero tiene un antecedente en las placas para motocicleta que se estrenan a mediados de los años ochenta. En este caso, por primera vez son nacionales para las motos, y salen en dicho color. Los automóviles modelo 1989 que ya salen de los concesionarios son los que estrenan estas matrículas válidas hasta hoy. Miden 33 por 16 centímetros, tanto letras como cifras tienen la misma altura (8 cm, o 306 puntos), y sus grandes novedades saltan a la vista: regresa el color amarillo sobre la lámina que no está pintada realmente, si no recubierta por un material reflectivo y holográfico, idéntico al de las señales de tránsito. Esta obvia ventaja permite que sean visibles de noche con sólo apuntarles un haz lumínico; pero el mayor avance en diseño supone involucrar una letra adicional que remplaza serialmente al primer dígito del número, que esta vez sólo es de tres cifras. El gran cambio visual de esta placa ha sido también el más cuestionado: La desaparición de la denominación del país (“COLOMBIA”), en aras del municipio de expedición. En su lugar, se ha puesto un pequeño holograma redondo con el mapa de Colombia que difícilmente se puede distinguir a simple vista. Las autoridades justifican lo innecesario de colocarlo en la placa, para facilitar labores de identificación en todo el país, desconociendo el hecho de que cualquier automóvil puede cruzar las fronteras nacionales, y en los nada raros casos en que ha pasado, confundir con nombres desconocidos (Chía, El Guamo, Guacarí, Dosquebradas, etc…) a autoridades y ciudadanos de otras partes. Algunos propietarios han puesto por su cuenta el nombre nacional con autoadhesivos a la placa en su parte superior.

 

El color amarillo también ha sido cuestionado con menos criterio racional por muchos que las tildan de mal gusto; pero cuya visualización inmediata en la oscuridad o a la distancia ha demostrado ser una decisión correcta, al igual que la de concentrar el texto en una sola línea de lectura inmediata. Las placas actuales estrenadas a mediados del gobierno Barco Vargas, se impusieron con la apertura económica de inicios de los noventa, y han identificado a todos los fenómenos automotores recientes, incluyendo el gran estreno de los coreanos, y en el presente, de los chinos. Los estertores finales de la Cortina de Hierro en Colombia, los camiones japoneses chatos, las furgonetas colectivas, las SUV, o los buses articulados, se han estrenado con el actual formato de matrícula, que ha pasado también por la restricción del Pico y Placa, y una reforma vigente desde comienzos del presente siglo a la imposición de la placa pintada o impresa a los lados de los vehículos de servicio público: Una tercera copia de la placa expuesta en el techo de estos carros, para ser identificados desde el aire por helicópteros. Mucho más grandes que las placas originales, y obligatoriamente en el fondo blanco reconocido, esta medida se cumple a medias, pues salvo transportadores responsables, muchas de ellas son objeto de libre interpretación artesanal y folclórica por parte de propietarios irreflexivos que las adornan o cambian sus formas tipográficas por fuentes de difícil lectura, desconociendo normas elementales de identificación, y ante la negligencia de las autoridades para imponer el orden. En otros casos se pone toda la placa en la extensión total de las paredes de camiones livianos; pero respetando al menos las proporciones originales. Esta medida es adoptada especialmente para vehículos que se confinan en aeropuertos o en grandes extensiones privadas.

 

Las placas blancas con texto negro identifican al servicio público del particular, y es evidente que se tomaron a los taxis amarillos desde 1987 para generar el debido contraste. Identifican, claro está, a taxis, buses articulados, pick ups o furgonetas de servicios especiales, y en general a cualquier vehículo que tenga como actividad comercial el transporte de pasajeros o carga. Una tercera figura, la de la placa para carros oficiales, dejó de ser clara para muchos. En los primeros años del actual formato, fueron de fondo verde con textos en blanco (incluso se conocen casos aislados de placas con estos colores invertidos sin razón aparente); pero a los pocos años, estas desaparecieron y se hicieron amarillas convencionales, conservando, eso sí, la letra O al comienzo como prefijo. Cabe anotar que por primera vez, esta O es diferente del número cero en sus formas más rectilíneas, al igual que la W de astas abiertas, diferente a la M. Por unos años más, las placas diplomáticas siguieron siendo del mismo formato anterior, hasta que a finales de los noventa, las dos letras y los cuatro números quedaron en una sola línea de lectura, y primando el prefijo CD. Se conservan en este caso el color azul, que ahora es reflectivo, y el nombre del país, que comparte con las placas para vehículos de transito temporal por Colombia. Son las únicas que tienen el país indicado como en los viejos tiempos. Estas raras placas rojas de una letra (casi siempre la T) y cuatro cifras en la numeración, se le expiden por un determinado tiempo a carros que están de paso por el país, y casi siempre suelen ser mezcladoras de concreto y grandes camiones en labores de construcción o ingeniería.

 

Nuestras actuales placas también conocen anécdotas especiales: Los primeros en estrenarlas fueron los Renault 9 Gama 2, Mazda 323 Coupé o SW, Chevrolet Sprint o Trooper, y otros reconocidos últimos modelos de entonces. Era otro motivo de orgullo aparente mostrarlas en el carro nuevo de finales de los ochenta, y el parque automotor anterior tendría que esperar unos años a tenerlas, por tal razón, se veían rarísimas cuando las pusieron en los entonces nuevos R4 Master, VW “Vocho”, taxis como el Dacia 1310 (R12 rumano), GAZ Volga 2410, o camperos como el UAZ o el ARO Carpati, que aún se importaban. Dicha situación desaparecería cuando Antioquia y Santander comenzaban el reemplazo de las mismas hacia 1992, y el resto del país procedía paulatinamente. Para 1995, toda Colombia tenía placas amarillas o blancas según el caso.

 

Es posible deducir en la actualidad el modelo aproximado del carro que las porta. Las primeras tenían el logo repujado del INTRA entre las letras y los números, para pasar al actual logo de Mintransporte, poco después. La capital de la República ha tenido tres menciones diferentes en las placas: BOGOTÁ D.E. hasta 1991 con la reforma constitucional que la volvió SANTA FÉ DE BOGOTÁ por unos años, hasta quedar en el actual BOGOTÁ D.C. La tragedia de Armero en 1985 acabó hasta con el registro de carros sobrevivientes que debieron ser rematriculados en el municipio vecino de Guayabal, también en Tolima, por lo que aparecen ambas denominaciones municipales integradas en la placa.

 

Cuando se impusieron estas placas en el 88, la lógica mandaba continuar con las series de letras vigentes hasta entonces; pero a los pocos años fueron reemplazadas, en el caso de los particulares, por series que evocaban prefijos municipales parecidas a las identificaciones aeroportuarias: (BAA para Bogotá, MAA para Medellín, CAA para Cali, MZA para Manizales, PEA para Pereira, y otras combinaciones similares según los municipios). La tercera letra iba ascendiendo según se gastaban los números; pero ya algunos están viendo un agotamiento en el sistema que hace temer confusiones en el cercano futuro, especialmente cuando un carro cambia de municipio. Por otro lado, la supuesta inviolabilidad de estas placas en sus primeros tiempos no lo es tanto en la actualidad, y ya son objeto de falsificaciones criminales o alteraciones descaradas. En ciudades como Pereira ha habido proveedores diferentes al resto del país que las recubren de películas holográficas, y muchas han tenido muy mala vejez con el trajinar del tiempo.

Casos aparte,placas policiales,bomberos y ambulancias

La falta de claridad en la legislación nacional no ha dejado bien resuelto este punto, y eso ha sido notorio echando el debido vistazo a los portaplacas de estos vehículos destinados a emergencias, con excepción de los anaranjados de la Defensa Civil Colombiana que las han tenido oficiales desde siempre. En el caso de los vehículos policiales, hubo intentos dispersos en diferentes épocas, incluyendo la actual, de concederles placas especiales a las patrullas, que nunca han tenido continuidad. En los años setenta, por ejemplo, el fácil recurso de pintar con plantillas el número interno del vehículo, el símbolo de la estrella en círculo verde y la inscripción de “POLICÍA NACIONAL” en los espacios destinados a la placa, primó por encima del de haberlas hecho realmente. Hace relativamente pocos años, hubo un intento interesante de recurrir al actual formato reflectivo sobre fondo blanco con el escudo de la Policía; pero no prosperó. En el presente prima la placa amarilla de particular sin un criterio claro al respecto, y algunas veces, placas plásticas con textos en plotter de corte reflectivo. El caso de los vehículos de bomberos es similar. Ciudades como Bogotá les han instalado hace relativamente poco las oficiales amarillas; pero durante casi toda la historia de estas máquinas en Colombia, han carecido de ellas, o se mandan a hacer especiales, en materiales y diseños de acuerdo a cada municipio, incluyendo plaquetas para carros particulares, cuyos dueños son comandantes u oficiales certificados de los cuerpos de bomberos. Con las ambulancias, se puede decir que los servicios privados de salud y los operadores de estos vehículos están adscritos a la matrícula particular amarilla, mientras la de hospitales públicos forzosamente las han portado oficiales, incluyendo en el pasado a las de Cruz Roja Colombiana, lo cual ha sido contradictorio por tratarse de una institución humanitaria ajena a los manejos gubernamentales. Por paradójico que resulte, las ambulancias las han tenido inclusive blancas para servicio público, lo cual arroja aún más dudas en cuanto al funcionamiento legal de las empresas que las poseen.

 

Los antiguos y clásicos

El hobby exclusivo por los autos antiguos en Colombia se originó en 1957, gracias a Don Hernán Tobar y la fundación del CLAC; pero sólo en el último lustro se ha vuelto una afición que llega hasta las clases medias. Durante la primera década de existencia de esta escena en Colombia, los ya exóticos modelos de los años veinte y treinta que rodaban con fines conservacionistas comenzaron ostentando la rústica placa de aluminio grueso que por décadas los identificó, lo cual fue una lucha legal según consta en los anales del CLAC, cuando su fundador consiguió que el Concejo de Bogotá, mediante el acuerdo Nº 24, permitiera el estímulo de la afición y el uso de estas placas especiales, y poco después, en 1973, el INTRA las reconoció a nivel nacional con el acuerdo 556 de ese mismo año. Cada propietario las mandaba a hacer a los mismos establecimientos especializados en lápidas para cementerios bajo juzgamiento y autorización; pero en desmedro de un buen diseño. El primer modelo de esta placa consistía en una letra y un número de una o dos cifras con guion en medio. En la parte superior, el término “ANTIGUOS Y CLÁSICOS”, y abajo, el nombre del país. Todo esto con fuentes manuscritas y en mayúsculas que no eran para nada prácticas ni estéticas. Con el advenimiento de las placas negras en los años setenta, y para distinguir su categoría, en el mismo material con fondo texturado y textos en la lámina pulida, se ponían los números y letras de matrícula con las que estaba legalmente registrado en fuentes románicas (tipo Times New Roman), y el rótulo de “ANTIGUOS Y CLÁSICOS” sobre una cornisa roja en la parte superior. Con el advenimiento de las placas amarillas en los noventa, la disposición del texto en una sola línea de tres letras y tres números, fue copiada del nuevo formato; pero añadiendo otra banda roja inferior, con el nombre del municipio donde originalmente estaba registrado el vehículo.

 

Pese a todo ello, más de un carro viejo las portaba sin legitimidad, y la legalidad de estas matrículas nunca fue refrendada del todo hasta 2005, cuando aparece bajo el formato presente, la placa de fondo azul con banda vertical blanca en el medio que identifican a los vehículos de conservación histórica en Colombia hasta ahora. Según si es Antiguo o Clásico, llevan en la parte superior de la banda blanca la categoría debida en el mismo azul de la lámina, más un dibujo a línea de un auto de principios del siglo XX en todo el centro. No cualquier automóvil con varias décadas encima las ostenta; pues los clubes federados en Colombia establecen claramente dos condiciones fundamentales: treinta y cinco años como mínimo, y 80% de originalidad, además de un estado impecable, (si es clásico, certificar dicha exclusividad). El procedimiento para obtenerlas es la solicitud de un peritazgo completo en el que se determinan dichas cotas de originalidad. Si el auto supera a satisfacción la prueba, se emite un documento que el propietario radica ante el ente municipal de tránsito donde se desea matricular, y es cuestión de poco tiempo para que las autoridades encarguen el respectivo par de placas al fabricante y modifiquen la tarjeta de propiedad.

 

Alcanzar estas placas suele ser un honor para el propietario que queda convertido en dueño de una especie de patrimonio histórico nacional (un carro antiguo no puede salir del país en carácter permanente, por ejemplo); pero su diseño también ha sido objeto de críticas: los colores no tienen una relación coherente con la categoría de los autos que las portan, y mucho menos una connotación con el país donde están (muchos piensan equívocamente en Argentina o países centroamericanos cuando las ven). Por otro lado, el contraste entre el blanco y el azul es difícil de ver en la distancia o en medio de la oscuridad, pues a simple vista, la primera letra y la última cifra negros se pierden entre el azul, y los de la mitad quedan cortados verticalmente por la frontera entre colores, lo cual empeora en algunas placas que son fabricadas por proveedores diferentes, cuyos tonos de azul son más oscuros. La calidad de estas placas tampoco ha sido un factor descollante, pues a veces se desprenden costras de la película reflectiva cuando se le ponen adhesivos encima. Legalmente, algunos propietarios han tenido problemas cuando salen en sus carros por ciertas carreteras nacionales, pues al ser tan poco difundidos, muchas autoridades los desconocen, y no ha faltado el comparendo injustificado si no se tiene una copia del decreto que las permite, en la guantera. Pese a ello, las placas para antiguos son casi un fetiche entre los aficionados que reconocen los pergaminos históricos del carro que las lleva, bien sea un Packard clásico, un Ford A, o un R4 impecable.

 

El futuro de las placas colombianas

El crecimiento del parque automotor nacional en los años recientes ha sido visto como un problema a futuro más que como una oportunidad de avance, y una de las dudas latentes es la de la disponibilidad de placas para todos estos nuevos carros que se suman a los existentes, y que circularán aun por años. Algunas personas han percibido series de letras ya agotadas y el consecuente peligro de repetirlas por descuido o con fines criminales, (figura delictiva etiquetada en el argot colombiano como el “gemeleo”). Las autoridades nacionales sostienen que el actual régimen de placas acepta cerca de 17 millones de combinaciones diferentes; pero la duda persiste y puede haber factores que las agoten más temprano que tarde. Esto aunado a la cuestionable creatividad nacional para violar leyes, y a que veinte años más tarde de su salida oficial los materiales ya no son garantía de inviolabilidad y se pueden reproducir con cierta facilidad. Ya algunos plantean la necesidad de hacerlas evolucionar pronto, y ante esto sólo se pueden elevar preguntas sobre las siguientes generaciones de placas nacionales, que identificarán a los automóviles que rueden en la Colombia del futuro, y muy seguramente, determinadas también por los cambios que a nivel mundial se registren en paralelo.

 

¿Seguiremos utilizando el amarillo de fondo en el caso particular, o habrá cambios de colores, y de paso, de categorías de matrícula según sea particular, de servicio público, oficial, o para otros fines?, ¿Aumentarán los números uno o más dígitos de acuerdo al crecimiento del parque automotor?, ¿Cambiarán las actuales series de letras, y se seguirá reconociendo a simple vista su lugar de origen?, ¿Volverá la palabra “COLOMBIA” a las placas, y se podría hacer convivir con la actual cita municipal como en el caso venezolano que involucra país y estado en el mismo rectángulo?, ¿Se alargarán más como en los modelos europeo y brasilero actuales?, ¿Estarán dotadas de códigos de barras, chips incorporados, dispositivos electrónicos de lectura similares a los de las aplicaciones para Blackberry, además de mecanismos que impidan su adulteración?, ¿Tendrán que ser compatibles de manera aun indeterminada con la tarjeta de propiedad, escrituras legales, o cédula de ciudadanía de su propietario?, ¿Los materiales y métodos de producción de las mismas como van a evolucionar y a cargo de quien estará su diseño y fabricación?, ¿Los procedimientos para obtenerlas serán más ágiles, o seguiremos estancados en los vicios burocráticos de siempre?. Otras dudas más profundas tienen que ver con los manejos que se le den a figuras administrativas como los muy difundidos Planes de Ordenamiento Territorial y los tratados internacionales: ¿Qué autoridades las expedirán?, ¿Seguiremos teniendo placas nacionales únicas, o compartiremos un formato común con nuestros vecinos limítrofes, tal como ocurre con la Comunidad Europea?

 

Todo esto lo sabremos cuando en alguno de estos años venideros (a lo mejor antes de una década), las placas amarillas actuales sean reemplazadas, previo decreto gubernamental, por otro formato, y queden sólo como recuerdo en imágenes o como salvamentos de anticuarios. Y a su vez, sigan surgiendo reemplazos que se instalen en inciertos vehículos de propulsión alternativa, asistencias digitales, orígenes inéditos, y audaces diseños aun inciertos, y que circulen por la misma vía evolutiva e histórica del Automóvil Colombiano.

 

http://plaque.free.fr/la/co/?path=.%2F_HISTOR%2F

http://www.worldlicenseplates.com/world/SA_COLO.html

http://www.worldlicenseplates.com/world/SA_COL2.html#AN

http://www.facebook.com/media/set/?set=oa.10150670627723398&type=50

 

 

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